Diario de a bordo, Travesia 94/ "BLANCANIEVES"
Querido Diario:
Este escéptico Navegante debe confesar que ha
tenido el valor suficiente como para ver en el cine la película de la que todo
el mundo habla, y no siempre para bien: la nueva versión de “Blancanieves”.
En 1812, los
hermanos alemanes Jacob y Wilhelm Grimm publicaron la versión definitiva de una
historia que se inspiraba en las aventuras de un par de princesas también
germanas. La protagonista era una joven
con la piel tan blanca como la nieve, los labios tan rojos como la sangre y el
pelo tan negro como el ébano. Más de un
siglo después, en 1937, la compañía norteamericana Walt Disney estrenó su
respetuosa versión del cuento de los hermanos Grimm, “Blancanieves y los siete enanitos”, que pasó a la historia por ser
el primer largometraje de dibujos animados de la compañía, y uno de los más
admirados y queridos por el público de varias generaciones. Con el devenir del tiempo, Disney ha ido
cambiando de rumbo y de objetivos, y sus actuales dirigentes hace tiempo que
dejaron de perseguir la excelencia de sus primeras producciones, en aras de
obtener la máxima aceptación social en base a conceptos como el progresismo, la
inclusión y la diversidad. Esto, unido a
la preocupante falta de imaginación que acecha a todo aquél que prefiere vivir
de las rentas de sus logros de antaño en vez de arriesgar inventando nuevas
creaciones, es el origen de fenómenos tan polémicos como esta “Blancanieves” que acaba de llegar a
nuestras pantallas.
La nueva “Blancanieves” tenía como objetivo
actualizar el cuento clásico para adecuarlo a la mentalidad del público
bienpensante de hoy en día. La sociedad
ha cambiado, indudablemente, desde el siglo XIX hasta el XXI, pero eso no
implica necesariamente que haya que modificar la esencia de todas las historias
antiguas para complacer a los públicos de ahora. Cuando uno se obceca únicamente en que la
obra que va a fabricar respete una serie de cupos y contenga un porcentaje
matemático de representación racial puede ser que descuide algo tan elemental
como la credibilidad y aun la lógica. En
esta “Blancanieves”, absolutamente
nada es creíble, de principio a fin.
Todos los escenarios y decorados, pero todos, apestan a CGI del malo, a
ordenador cutre que tira para atrás. Los
siete enanitos que han sido desahuciados del título no están interpretados por
enanos reales sino que son creaciones digitales que causan más miedo y
repulsión que querencia y afecto. El
concepto de unos reyes tan bondadosos que hacen tartas y bajan a compartirlas
con sus súbditos es casi tan estúpido como un diseño de vestuario que apuesta
por los colores chillones de un arco iris tan metafórico como todo lo
demás. La protagonista Rachel Zegler se esfuerza por crear un
personaje adorable y canta muy bien (bueno, no en la versión doblada al
español, claro está), pero en ningún momento me convenció como Blancanieves. La madrastra Gal Gadot está bellísima, pero las tontísimas canciones que la
obligan a cantar hacen que su papel pierda malignidad. Ese es otro fallo: hay demasiadas canciones,
y las nuevas son más bien mediocres y molestan.
El Príncipe ya no es príncipe sino un ladrón a lo Robin Hood que lidera
una banda de bandidos de traca entre los que, esta vez sí, hay personas de baja
estatura (pero a los Siete Enanitos hubo que crearlos por ordenador, no te lo
pierdas).
Respeto, por qué no,
la intención del realizador Marc Webb
(autor del díptico de “The Amazing
Spiderman” con Andrew Garfield) de crear una Blancanieves alternativa, más feminista,
más empoderada y, en resumen, más contemporánea, pero pienso que la película
está muy mal contada y peor visualizada.
Como digo, me pareció artificial y falsa, no aburrida pero tampoco
demasiado entretenida, y no le encuentro ningún aliciente capaz de acallar las
ruidosas polémicas que la habían precedido.
Hasta aquí puedo
leer, mi querido Diario, y me despido hasta la siguiente entrada.
por
El Navegante
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