Travesía 73, Mi villano favorito/ "DRACULA"

 


Vrykolakas, guls, strigoï, draugr, upiór, loogaroo, vurdalak, o, simplemente, vampiro, herencia del latín vampyrus. El fenómeno de los no-muertos, como sucede con el diluvio universal, es uno de los pocos mitos que se repiten a lo largo del planeta en todas las culturas ancestrales. Monstruos nocturnos que amparados en las sombras son capaces de succionar hasta la última gota de sangre de sus víctimas. Fuertemente anclados en el folklore y perfilada su figura por escritores como Bürger, Polidori o Le Fanu, la figura del vampiro terminaría de entronizarse en la cultura popular gracias al novelista irlandés Bram Stoker y su icónica obra “Drácula”, convertida gracias al posterior empuje del séptimo arte y sus mil adaptaciones en la quintaesencia del señor de la noche, del chupasangre despiadado que acecha a sus incautas presas desde la bruma de la maldad y la amoralidad.   

Inspirado en las tradiciones de la Europa del Este y tomando prestado el nombre de Vlad Tepes, el cruel héroe nacional rumano que en el siglo XV luchó contra la invasión de los otomanos y que era conocido como “El Empalador”, Stoker parió una novela monumental en la que sobresale un personaje: el conde Drácula. Nada sería igual a partir de esa novela finisecular que aportaba al panteón de los villanos universales uno de los más celebrados y recordados generación tras generación.  

Posiblemente nada hubiese sido lo mismo sin la apoteósica irrupción del monstruo en el cine, que llevaría el pánico a millones de espectadores en todo el mundo bajo el rostro de actores como Bela Lugosi, Max Schreck, Christopher Lee o Frank Langella bajo la batuta de maestros como Murnau, Lang, Tod Browning o Francis Ford Coppola.

El mito ya estaba incrustado en la psicología popular y el vampiro, encarnado en el temido conde transilvano, pasaría a formar parte de nuestros más atávicos terrores provocando unos escalofríos que sólo puede igualar una inspección de Hacienda. Pero de esos otros chupasangres, queridos marineros, tal vez hablemos en una próxima travesía.

por

El Catalejo Estrábico


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