Un ático en Babel, Travesía 61/ "ME LLAMAN EL DESAPARECIDO"

 


Queridos marineros, si la máxima bíblica remarca que “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, más de un español debe sentirse en su puesto de trabajo como en una sauna finlandesa. Aquellos osados compatriotas que se atrevan a fichar a diario en su empresa corren un riesgo claro de deshidratación y al finalizar la jornada laboral deben sentirse como el ciclista que ha acometido de una tacada la subida del Tourmalet, Galibier y Aubisque. Porque lo que es sudar, lo van a tener que hacer como rezaba aquel juego infantil “por ellos y por todos sus compañeros”.       

Y es que en nuestra querida piel de toro, cada día hay un millón y medio de trabajadores de los que, como aquel fulano que fue al bar de la esquina a por tabaco, nunca más se supo y han dejado de acudir al lugar de donde obtienen una remuneración mensual a cambio de, por lo menos, hacer acto de presencia. Un millón y medio de bajistas y desaparecidos no es una cifra modesta en un país que cuenta con 21 millones de afiliados incluyendo en este elástico grupo a fijos discontinuos y pluriempleados varios.                

No sé si será por ser los principales impulsores del Concilio de Trento y la subsiguiente Contrarreforma pero los españoles, históricamente, no nos hemos llevado excesivamente bien con el mandato bíblico; supongo que como respuesta católica al concepto calvinista del trabajo como redención que tan bien explicó Max Weber. Palabras como competitividad y productividad nos son tan extrañas como dimisión o responsabilidad. A todo ello se une un preocupante problema de salud pública: el frágil sistema inmunológico de nuestra población; lo que explicaría que un resfriado dure de media en España veinte días y en Alemania cuatro. Desconozco cuál es la razón por la que la OMS todavía no ha tomado cartas en este asunto pues entiendo que es una problemática que requeriría de una investigación científica y médica exhaustiva que, incluso, podría desembocar en el descubrimiento de una vacuna que atenuase tal mal. Eso sí, me temo que surgiría ipso facto un millón y medio de negacionistas sobre las bondades de dicha vacuna.     

por

El Grumete

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