Un ático en Babel, Travesía 59/ "Pedro Sánchez and the Shawshank Redemption"
Queridos marineros,
dentro del importante número de deficiencias de las que adolecemos los
españoles, una de las más notables es nuestra incapacidad para rodar buenos thrillers, lo que los más antiguos del
lugar llamaban películas de intriga o suspense. A la mínima rendija que nos
dejan, salta a la palestra nuestra querencia por la astracanada y el
esperpento. Precisamente por esa condición inherente a nuestro carácter patrio,
muchos no terminamos de tragarnos esa tragedia existencialista trufada de
corazones quebrados y cuenta atrás hitchcockiana que Moncloa y algunos medios
afines intentaron vendernos como la versión contemporánea del apocalipsis
hispano.
Lo cierto es que la
historia comenzaba poniéndonos en el filo de la navaja con un buen detonante argumental:
un hombre frío como el témpano dispuesto a dejarlo todo por el amor de una
mujer y su honorabilidad mancillada. Todo ello demostrando que el controvertido
y casi olvidado sindicato Manos Limpias ejerce como nuevo Richard Clayderman en
este líquido siglo XXI. Es aparecer estos oscuros tipos y a todo el mundo le da
por ponerse romántico. Ya le pasó a la infanta Cristina y ahora al ínclito
Pedro Sánchez. Y es que el enamoramiento siempre ha producido extraños
comportamientos.
Aunque reconozco que el
arranque era prometedor, la cosa empezó a torcerse por nuestro típico
histrionismo sobreactuado. El cilicio y el llanto de las plañideras de Ferraz
por la angustia bergmaniana consecuencia del silencio de Dios devino con
rapidez en una bacanal con reminiscencias de Berlanga y Azcona al ritmo de
Raffaella Carrà, Bizarrap y Quevedo (y no, no me refiero al escritor de “El
buscón”) que nos recordaba más a un cumpleaños pasado de tequila que a un
velatorio de corte milenarista.
Tras cinco largos días de
espera, Pedro bajó del Sinaí monclovita con las nuevas tablas de la ley
sanchista. Un punto y aparte que apesta a punto y seguido y que poco aporta de
novedad en una trama que prometía mucho ruido y trajo pocas nueces. Porque si
algo define a la perfección a un pésimo thriller
es adivinar su final cuando sólo llevas visionado los cinco primeros
minutos.
El Grumete
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