Diario de a bordo, Travesía 118/ "LA LARGA MARCHA"
Querido Diario:
Este marchoso Navegante debe confesar que ya
ha participado en esa prueba brutal que mezcla el deporte con la barbarie
gracias a una nueva/vieja novela de Stephen King: “La larga marcha”.
Para hablar de “La larga marcha”, toca remontarse nada
menos que al año 1960, cuando el recién elegido presidente Kennedy promovió la
conocida como Kennedy March, una
competición deportiva para jóvenes que pretendía inculcarles buenos hábitos con
el fin de apartarles del sedentarismo y la droga. Un escritor novel llamado Stephen King tomó esa idea y la
retorció en su cabeza hasta imaginar una competición mucho más extrema y
terrorífica, aunque el manuscrito que redactó no fue publicado hasta más de una
década después, en 1979, cuando ya era tan famoso que la incesante
proliferación de sus novelas hizo aconsejable que algunos de sus trabajos
viesen la luz con un seudónimo, Richard
Bachman.
La trama de “La larga marcha” se refiere a una prueba
deportiva de carácter anual que se celebra en unos Estados Unidos alternativos
y militarizados, en los que un siniestro personaje conocido como El Comandante se ocupa, año tras año, de
organizar un evento en el que cien muchachos aspiran a ganar un premio que
colmará todos los deseos del ganador. El
problema es que ninguno de sus noventa y nueve competidores finalizará la
prueba, ya que, si se detienen para descansar, si su marcha baja de un ritmo de
6,5 kilómetros por hora o si intentan abandonar, serán abatidos a tiros por los
soldados que en todo momento les custodian.
El argumento de “La Larga marcha”
se considera el embrión de otras futuras distopías como “El corredor del laberinto”, “La
purga”, “El juego del calamar” o
“Los juegos del hambre”, que llegó a
contar con una saga de cuatro películas y una precuela, siendo el director de
la mayoría de ellas Francis Lawrence,
el firmante de otra fantasía igualmente deprimente, “Soy leyenda”.
Ha sido precisamente
Francis Lawrence el encargado de llevar a la pantalla “La larga marcha”, con el mismísimo Stephen King como productor
ejecutivo, señal de que no está del todo en desacuerdo con los cambios que se
han llevado a cabo en la historia, empezando (o terminando) por el final. Francamente, no entiendo por qué se mantiene,
prácticamente en su totalidad, la trama troncal del libro, se respetan las
subtramas de los personajes más significativos y, sin embargo, se altera el
desenlace. La realización de Francis
Lawrence intenta sacarle partido a los grandes espacios abiertos, ya que la mayor
parte del metraje se desarrolla en exteriores.
Lawrence hace lo que puede (y no lo hace mal) utilizando toda la
parafernalia tecnológica de la que es capaz para fotografiar a los marchadores
en planos panorámicos, generales, medios, primeros y hasta cenitales, y hay que
advertir que la mayoría de las ejecuciones de los corredores superados por la
prueba se muestran con gran impacto y crudeza.
Supongo que esa es una de las razones por las que mucha gente cataloga a
“La larga marcha” como una película
de terror. Con todo, resultan muy
hermosas las secuencias de anocheceres y amaneceres, las nocturnas y las
lluviosas, especialmente el comentado final.
En cuanto a los actores, la película prioriza a los personajes de Ray
Garraty y Peter McVries, interpretados, respectivamente, por Cooper Hoffman, hijo del malogrado
Philip Seymour Hoffman, y David Jonsson,
el androide Andy de “Alien: Romulus”. El pérfido papel de El Comandante (The Major en
inglés) corre a cargo de Mark Hamill,
aunque hay que admitir que, en la versión española, donde no se escucha su voz,
parapetado como está tras unas perennes gafas de sol, su personaje podría
haberlo hecho casi cualquier actor.
En líneas generales,
“La larga marcha” me parece una buena
adaptación y, sinceramente, una buena película.
Dicen que Stephen King la concibió como una alegoría de la guerra de
Vietnam, y la verdad es que puede ser considerada muchas cosas, desde una
metáfora de la sociedad actual hasta una parábola de la falta de destino que
aguarda a la juventud de nuestros días, pero sus altas dosis de crueldad,
pesimismo y desesperanza nos deben animar a darnos cuenta de que el futuro,
especialmente el distópico, no está escrito.
Hasta aquí puedo
leer, mi querido Diario, y me despido hasta la siguiente entrada.
por
El Navegante

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