Un ático en Babel, Travesía 103/ "EL PUTICLUB DE LA LUCHA"
Queridos marineros, lo
imposible en España es pan comido. Cuando todos pensábamos que conjugar
dimisión y política en este país era tan improbable como que un tren saliese a
su hora, hete aquí que el milagro se ha hecho realidad. Belarmina Díaz, una
extraña criatura dentro de nuestra variopinta fauna, ha dimitido. Sí, queridos
marineros, habéis escuchado bien, ha dimitido. La consejera asturiana de
Industria, socialista para más inri
y, por lo tanto, compañera de partido del extremeño Miguel Ángel Gallardo,
émulo de Fernando Alonso en adelantamiento de compañero en lista electoral, ha
protagonizado semejante osadía en un fenómeno que, como el avistamiento del
cometa Halley, no se espera que se repita hasta dentro de 76 años.
Pero es que lo imposible,
queridos marineros, cada vez es más habitual en esta bendita tierra. Sin ir más
lejos, si hace unos años llegan a decirle a este grumete que iba a loar al
cineasta Mariano Ozores, tristemente fallecido esta semana, como maestro del
séptimo arte patrio y finísimo analista de este manicomio llamado España, lo
hubiese tomado por un lunático. Pues bien, no me queda más remedio que, visto
el panorama actual, rendirme ante los pies de don Mariano. Nadie diseccionó
mejor que él un país de caspa, trinque y desvergüenza como el nuestro. De
hecho, Pajares y Esteso no desentonarían en absoluto como acompañantes de correrías
de los Koldo y Ábalos de turno, personajes dignos de un film del maestro
Ozores.
Don Mariano Ozores, una rara avis en el políticamente correcto cine
español. Capaz de llevar espectadores en masa a las salas de cine sin pedir ni
una miserable subvención. Vamos, igual que el resto de sus compañeros de
profesión. Alguien debería coger el testigo de un tipo como él, a
contracorriente dentro del previsible panorama cinematográfico nacional. Un cineasta
que tuviese los arrestos necesarios para llevar a la pantalla esa historia de
superación personal y escalada social que representa el aizkolari Koldo García, capaz de ascender desde el más recóndito
lupanar hasta las estancias más altas de la política de esta ajada piel de toro
y que, recordando a aquel magnífico film del genio David Fincher, bien podría
llamarse “El puticlub de la lucha”.
El Grumete
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