Un ático en Babel, Travesía 42/ EL ESCÁNDALO GRIFOLS
Queridos marineros, por mucha
fascinación que nos produjese Kal-El y su vuelo majestuoso por los luminosos
cielos de Metrópolis, todos somos conscientes que cuando la escena oscurecía,
en el firmamento de la barroca y decadente Gotham City aparecía la señal del
murciélago. Mientras Superman compartía arrumacos con Lois Lane, el caballero
oscuro, el señor de la noche, ese héroe solitario, ambiguo y tremendamente
humano con el que empatizábamos sin casi esfuerzo, descendía a los bajos fondos
para poner orden de manera expeditiva y con la mayor incorrección política que
podamos imaginar.
Que no hay mejor superhéroe que
Batman para moverse en las procelosas aguas de la corrupción y la amoralidad
consustanciales al opaco mundo de las grandes corporaciones es una dura lección
que han aprendido los directivos de la multinacional catalana Grifols.
En esta ocasión, detrás de la
máscara de orejas puntiagudas no estaba Bruce Wayne sino otro millonario
llamado Daniel Yu, que ha puesto contra las cuerdas a la insigne empresa
farmacéutica especializada en hemoderivados que cotiza en el Ibex 35 tras dudar
de sus cuentas y resultados. Sin haber arrancado todavía el batmóvil, sólo con
las conclusiones preliminares, la cotización de la compañía ha caído un 40% en
menos de una semana. No quiero imaginar lo que puede ocurrir cuando el
murciélago salga de la batcueva y empiece a repartir estopa en el parqué
bursátil.
La familia Grifols, dueña de la empresa, creció, como tantos ejemplos en la burguesía catalana, al amparo de la dictadura franquista para en las últimas décadas abrazar el discurso identitario, soberanista y supremacista convergente. Todavía resuenan las palmaditas de Víctor Grifols, presidente de la compañía, a Artur Mas al inicio del procés catalán: “President, no s´arronsi, tiren endavant”, "Presidente, no se arrugue, tire adelante”.
Eso sí, el gran patriota Víctor, como tantos próceres del poble catalá, no dudó en llevarse la mayor parte del negocio a Irlanda, uno de los países europeos con la fiscalidad más baja, porque una cosa es cantar Els Segadors y bailar sardanas y otra bien distinta es pagar impuestos. “Y la pela es la pela, tú” Lo más ininteligible en esta historia es que habiendo en España una Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) cuyos miembros seguro que cobran unos jugosos emolumentos, habiendo pasado la corporación distintos filtros auditores con sus correspondientes facturas onerosas, haya tenido que venir un enmascarado de Norteamérica a dejar en pelotas a una de las mayores empresas españolas y, de paso, al funcionamiento de todo un país.
El Grumete
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